
Victor Bensimon
Abril 22, 2025
Mi primera vez no decepcionó
Mi experiencia en el Emirates y en el Bernabéu
Dicen que la primera vez siempre decepciona, y sí, mi primera vez en la cama no fue ni cercanamente lo que me imaginaba, ni lo que había visto en las películas que pasaban en Golden a altas horas de la noche. Pero mi primera vez viendo al Arsenal superó absolutamente todas las expectativas que tenía en la cabeza. Literal, fue como si hubiera perdido la virginidad con Lana Rhoades (ya prometo acabar con las referencias pornográficas).
Me acuerdo muy bien: tenía unos 14 años cuando el Arsenal se mudaba del mítico Highbury al nuevo y moderno Emirates Stadium. Después de años gloriosos en el pequeño Highbury, los Gunners decidieron construirse una casa del tamaño de la institución, y a unos kilómetros levantaron lo que sería el tercer estadio más grande de Inglaterra, detrás de Wembley y Old Trafford (hoy en día ya hay otros más grandes, como el del Tottenham).
La mudanza no salió como se esperaba. Los años de gloria con Arsène Wenger quedaron atrás, y muchos consideraban que el equipo había perdido su mística, como si el alma del club se hubiera quedado enterrada en Highbury. Pero hay una frase que les puedo comprobar: “Arsène Wenger construyó el estadio; Mikel Arteta le prendió la luz.”
Lo que viví en el Emirates, en el primer partido contra el Real Madrid, fue una conexión absoluta entre el equipo y la afición. Antes del juego fuimos al bar The Tollington, uno de los tantos pubs donde se junta la banda antes de los partidos, a las afueras del estadio. Desde ahí se sentía la confianza y la seguridad de que nos íbamos a chingar al Madrid.
Ya en el estadio, las sensaciones eran únicas. La canción The Angel, que se ha convertido en el himno del Arsenal, se cantó a todo pulmón por las 60 mil personas presentes, y con ese mismo pulmón se gritaba cada barrida, cada centro cortado, cada regate, y cada que el árbitro la cagaba. Casi todos los jugadores tienen su propia porra, y cada que alguien hacía algo bueno, el estadio estallaba con su nombre. Y si alguien la cagaba... también le cantaban su porra. Respaldo brutal a Mikel y sus muchachos.
El primer tiempo fue frustrante, porque el hijo de perra de Courtois nos amargó el grito de gol como en cuatro ocasiones claras, pero el equipo se vio imponente: muy ordenado, presionando alto y jugando sin miedo al 15 veces campeón de Europa. Los dioses del futbol nos tenían algo preparado en el segundo tiempo (perdonen la frase mamadora, pero es que neta, no mamen).
Declan Rice, el güey que le costó al cañón 100 millones de euros y el mismo cabrón que nunca en su vida había metido un gol de tiro libre, me regaló uno de los mejores momentos de mi vida (lo siento, Moi Muñoz). El primer gol fue euforia absoluta, el estadio perdió la cordura y me abracé con todos los de mi alrededor. El segundo fue diferente; obviamente, ahí todos ya esperábamos algo. Cuando vi que la pelota se metió en la orquilla, mi reacción fue de shock absoluto, igual que la de Ødegaard, Saliba, Arteta y todo el puto mundo. No pude aguantar las lágrimas: de verdad, le estábamos pegando al Madrid, con dos goles de antología, y yo estaba en ese estadio viéndolo con mis propios ojos. QUÉ CHINGADOS.
Y para cerrar la noche con broche de oro, Mikel Merino metió un pinche golazo con una gran asistencia del mocoso de 18 años Myles Skelly. Un chavito de la academia que hace meses nadie conocía le dio el pase de gol a Merino, un güey que hace semanas no sabíamos que podía jugar de delantero. Este gol fue todo de Arteta.
No quiero faltarle al respeto al Madrid, ni mucho menos. Les prometo que, si hay un equipo que respeto en el mundo, es al Real. Pero eso que viví en el Emirates no lo vi ni cercanamente en el Bernabéu. Claro que escuchar su himno me puso la piel chinita, y claro que en algún momento sentí miedo de que nos remontaran, pero la realidad es que la gente en el estadio estaba más preocupada por mentarle la madre al árbitro que por alentar a sus jugadores. No sé si siempre es así; chance por el contexto cambia.
La verdad, sí me cagué cuando Saka falló el penal, pero, a retrospectiva, qué bueno que lo falló. Después del baile que les dimos en su propia cancha, si Saka metía ese penal, todo hubiera quedado opacado y en España no hablarían de otra cosa más que de un “robo” y que “el árbitro no los dejó remontar”. La neta es que en esos 90 minutos, el cañón fue infinitamente más que el Madrid, y creo que el 2-1 hasta corto se quedó.
Bien dice la frase: “90 minuti en el Bernabéu contra il cañoni son molto largo.”
Fue hermoso. Creo que, con todo este texto, me sigo quedando corto de lo que pude vivir en los dos partidos. Ojalá que todos puedan cumplir el sueño de ver al equipo de sus amores de esta manera. O que puedan tener una noche con Lana Rhoades, cualquiera de las dos se las deseó de corazón.
Ahora, a pensar en el PSG, que fácil no va a estar.
COYG